10 de marzo de 2012

"Recordar"



* Un cuento de Antonio Dal Masetto



Recuerdo cierta noche de verano de 1985 cuando en un bar del Bajo, desde otra mesa, alguien me preguntó: “¿Leyó el Nunca Más?”. La voz pertenecía a un anciano que tenía un cuaderno abierto delante de él. Había estado escribiendo, usaba lentes de vidrio muy gruesos y parecía que tuviera dificultades para descifrar sus propias anotaciones. Dijo: “Registran 8.960 desaparecidos, hombres, mujeres y chicos, casi 9.000, pero seguramente son muchos más y es probable que jamás se sepa la cantidad real”. Yo asentí. El anciano insistió. “¿Esa cifra le dice algo? ¿Sería capaz de imaginar 9.000 pares de zapatos?”. “No, creo que no podría”, dije. El anciano se concentró un momento en su cuaderno y volvió a hablar. “¿Sería capaz de imaginar 9.000 cuerpos?”. Dudé nuevamente; contesté: “Tal vez pueda imaginarse una concentración de 9.000 personas vivas, en una plaza, en la calle, en una cancha de fútbol, pero no de otro modo”. Y el anciano: “Estuve haciendo algunos cálculos. Intenté pensar en 9.000 cuerpos acostados en el suelo, uno a continuación del otro, la cabeza de uno contra los pies del siguiente: ¿Tiene idea de qué distancia podrían llegar a cubrir?”. “No podría decirlo”, contesté. “Supongamos que colocamos el primer cuerpo justo en la entrada de la Casa de Gobierno a partir de los dos granaderos, y desde ahí hacia el oeste, todos los demás; y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿sabe adónde llegaríamos?”. “No lo sé”. “¿Quiere seguirme en el recorrido?”. Asentí. El anciano: “Avanzamos por la Plaza de Mayo, bordeamos el monumento a Belgrano, la Pirámide, los canteros florecidos, desfilamos ante la Catedral y su antorcha, el Cabildo, alcanzamos la Avenida de Mayo; y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?”. “Lo sigo”. “¿Prefiere que tomemos por la vereda de los números pares o impares?”. “Lo que usted diga”. “Dejamos atrás la Municipalidad, cruzamos Perú, algunas librerías, negocios, bares y alcanzamos la 9 de Julio, ¿estamos?”. “Estamos”. “En la primera plazoleta pasamos frente a las dos figuras femeninas que simbolizan la Virtud y la Sabiduría: más allá, enfrente, la ridícula caricatura del Quijote; recorremos las últimas cuadras de la Avenida de Mayo; después viene El Pensador, la fuente, las palomas, el edificio del Congreso, El Molino; seguimos por Rivadavia y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me está acompañando?”. “Estoy”. “El café de los Angelitos, negocios, negocios, negocios, el último tramo antes de llegar a Pueyrredón y su aspecto de mercado persa; Plaza Miserere y sus árboles, la bajada de Rivadavia, Medrano, la confitería Las Violetas, bancos, inmobiliarias, agencias de automotores, bocas de subte, testimonios de una ciudad civilizada, avenida La Plata, Parque Rivadavia, el monumento a Bolívar, avenida José María Moreno, pizzerías, negocios, negocios, negocios y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?”. “Lo sigo”. “Caballito, las rejas de la terminal del subterráneo, Rivadavia que se convierte en doble mano, el cielo que se amplía arriba, los edificios de departamentos más espaciados, Donato Alvarez, Boyacá; y solamente llevamos recorridas unas sesenta cuadras; alcanzamos Plaza Flores, la vieja iglesia, Nazca, mueblerías, casas de antigüedades, los barrios tranquilos que se desgranan a ambos costados de la avenida, las vías del ferrocarril que se entreven a cien metros y nosotros siempre con los cuerpos, ¿los está viendo?”. “Los veo”. “Cruzamos Segurola y ya estamos a la altura ocho mil quinientos; inmediatamente se suceden una serie de calles de nombres gratos: Virgilio, Dante, Víctor Hugo, Manzoni, Leopardi, Molière, Byron, llegamos al once mil seiscientos de Rivadavia, exactamente la última cuadra antes de la General Paz, se nos acabó la Capital y podríamos seguir del otro lado, por la Provincia; y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me estuvo siguiendo?”. “Lo estuve siguiendo”. “Este trayecto y un larguísimo tramo más es lo que se podría cubrir con 9.000 cuerpos”. A esta altura el anciano calló. Se sostuvo la cabeza con ambas manos, se dobló sobre la mesa y era como si realmente lo hubiese deshecho el esfuerzo de esa caminata. Eso es lo que recuerdo de aquella noche.


* Antonio Dal Masetto nació en Italia en 1938 de padres campesinos. Después de la Segunda Guerra emigró a la Argentina. Se radicó en Salto con su familia y aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. El tema de la inmigración está presente en sus libros, como en las novelas Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable. A los 18 años llegó a Buenos Aires. Fue albañil, pintor, heladero, vendedor ambulante de artículos del hogar (sic), empleado público, periodista y, desde los 43 años, escritor. En 1964 publicó su primer libro de cuentos, que mereció una mención en el Premio Casa de las Américas. Recibió dos veces el Segundo Premio Municipal —por Fuego a discreción y Ni perros ni gatos— y el Primer Premio Municipal por la novela Oscuramente fuerte es la vida. Su libro Siempre es difícil volver a casa fue traducido al francés y llevado al cine por Jorge Polaco. Su novela La tierra incomparable recibió el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994. Es un asiduo colaborador del periódico Página/12 de Buenos Aires.




Pedro Mairal, dos poemas


Estos dos poemas de Mairal, del libro "Tigre como los pájaros", fueron leídos al comienzo del Programa Nº 175, el pasado martes 6 de marzo



OFRENDA


Tengo la edad en la que mueren los caballos,
la edad en la que el árbol
se ofrece entero al cielo.
Mi miedo es una fauna secreta que me busca,
del mar soy sólo un número de olas.
Tengo dientes y penas y zapatos,
tengo una fiesta eterna que a veces me convoca.
Conozco a una mujer, tal vez, salvo el misterio
de la panza de estrellas de la noche.
Yo no sé cuántos soles le quedan a mi pecho,
yo sé que ha sido bueno vivir y alzo estos años
como una ofrenda ardiendo.
Por encima del toro de sombra de los días,
por encima del asco y el miedo y los espejos,
he llegado hasta aquí.


TAN LEJOS DE LOS DIOSES


El hombre, tan omnívoro y callado,
metiéndose en la ropa, atravesando
hileras de botones que se abren
o patíbulos, puertas o tristezas,
bajando en ascensores al invierno,
bostezando, subiendo a colectivos
que pegan coletazos de colores
en todas las esquinas, detestando,
viajando entre sus prójimos lejanos,
tan frágil, vertical, embotellado,
tan buscador, tan lejos de los dioses,
trasnochado mamífero embustero
que emana de la boca de los subtes,
que fuma, tan mendigo del asombro,
tan rey cuando le lustran los zapatos,
tan peatonal y bípedo sin cielo,
regresando con tráfico en las venas,
cautivo en geometrías y bullicio,
soñando alcantarillas, despertando.
Tan asfáltico, el hombre, tan urbano.






Un poema: Torres Gemelas




Es un mundo perfectamente dócil,
lógico, cercano y confortable,
hecho de números enteros y puntuales,
de parámetros medibles y objetivos,
de esquemas, de pruebas, de balances,
de certezas y de seguridades,
con su innegable simetría, sus combinaciones,
su álgebra precisa, sus contundentes
resultados racionales que lo afirman,
su magnanimidad, sus valores consecuentes,
sus cifras naturales.
Pero un fuego de lo más bruto (como todos los fuegos)
anda ahora por los rombos, los cubos, las esferas,
los octaedros, los ángulos conversos,
los paralelepípedos,
la moderna arquitectura, los vértices,
los magníficos diseños.

Hace un instante, apenas,
alguien cuya vida era
muchos números como pastillas calmantes
(tarjetas de colores, códigos de barras, cuentas,
registros, documentos, inventarios)
abandona su oficina
de alfombras y ascensores,
del piso ochentaitantos,
y se transforma misteriosamente en otro
-absurdas cuestiones ontológicas-
que ya no es él, sino un pájaro aterrado,
que asusta a la señora que lo mira en CNN,
y sin pensar siquiera en que Deleuze
hizo en París lo mismo exactamente
(eso de cambiar de figuritas,
eso de pasar de un sentido a otro sentido,
eso de romper los círculos concéntricos,
eso del terror y del querer fugarse,
eso, -la profunda payasada del significante-),
se arroja, con su traje hermoso de corte italiano,
(¡clímax del espectáculo!)
al vacío elemental que nos sostiene.




Eduardo Spalletta, 24/9/2001


Lo de "la profunda payasada del significante", claro, salió de aquí:


(*)           “…asi, pues, el sistema completo comprende: a) el rostro ó el cuerpo paranoico del dios-déspota en el centro significante del templo; b) los sacerdotes interpretativos, que siempre recargan en el templo el significado en significante; c) la muchedumbre histérica en el exterior, en círculos compactos, y saltando de un círculo a otro; y d) el chivo expiatorio depresivo, sin rostro, emanado del centro, elegido y tratado, realzado por los sacerdotes, atravesando los círculos en su loca huída hacia el desierto. Descripción demasiado esquemática que no corresponde únicamente al régimen despótico-imperial, sino que figura también en todos los grupos centrados, jerarquizados, arborescentes, sometidos: partidos políticos, movimientos literarios, asociaciones psicoanalíticas, familias, conyugalidades… La foto, la rostridad, la redundancia, la significancia y la interpretación intervienen en todas partes. Triste mundo el del significante, con su arcaísmo de función siempre actual, su trampa esencial que connota en él todos los aspectos, su profunda payasada. El significante reina en todas las escenas conyugales, como también en todos los aparatos de Estado.”

Gilles Deleuze, “Mil Mesetas”, capítulo: “Rostridad. Sobre algunos regímenes de signos”.







Espectros de las velas rojas



Editorial del Nº 3 de la Revista "La Mosca & El Mercado" / Agosto 2001 




No tengas miedo.


La luz de la llama baila entre los espectros de las velas rojas, y se refleja en el cristal de la copa. Baila y brilla, indestructible y eterna. Mirémosla, es sólo un instante.

La luz de la llama, la copa de vino, la música lejana, los ruidos de la vida, siguiendo sus pasos, a lo lejos. Eso es todo. No necesitamos nada más.

No tengas miedo.

El frío de este agosto ha empañado las ventanas. Este invierno de desencantos, de tardes lentas, de tristezas. Te agradezco este momento.

Miremos bailar la luz de las velas, escuchemos en silencio la música, podremos sentirnos jóvenes y reírnos, simplemente reírnos. Hablemos de Borges, de Serrat, del sabor del chocolate, de las gotas de vino que resbalan por el cristal de la copa, de los amigos, de todas estas cosas que realmente importan.

Afuera sigue pasando la vida. La vida, las noticias de la vida. Vos sabés, hemos escuchado estas mismas noticias otras veces. Tantas veces.
No te preocupes. Dicen los normales que ésa es la vida normal. Disculpalos: están locos.
No tengas miedo.

Afuera corren, desesperados, los tipos de traje, los bondis, los autos, los paseadores de perros, los taxis, el pibe de la pizzería, el cobrador de esperanzas, los policías del miedo, los salvadores del mundo. ¿Adónde van? ¿Adónde llegan tarde?

Las noticias de la vida, siempre las mismas. Que un tipo ganó la lotería. Que el progreso va ganando cuatro a cero. Que mañana descubrirán la vacuna del sida. Que vendieron a Saviola. Que un rico fue a la luna. Que creció el riesgo-país. Que cinco o seis hijos de puta vendieron la alegría. Que en este mismo momento se recibe otro economista en Harvard y otro esclavo en Mozambique. Que los políticos siguen hablando. Que ya no hay trabajo. Que la ministra de trabajo tiró el corchito en un programa en la tele. Que mataron a otro pibe en Moreno. Que sigue la guerra en alguna parte.

Las noticias de la vida, siempre las mismas.

Que el querido tipo aquel que me regaló el karting y el barrilete, hace tantos años, va muriéndose despacio, en un puto hospital. Que un amigo está en la buena, y otro amigo está en la mala. Que tantas cosas quise hacer y decir, y no pude o no supe. Que la felicidad nos espera a la vuelta de cualquier esquina, y que la tristeza también. Que el viajar no está en el viaje, ni en las fotos. Que hemos llegado hasta aquí, sin saber de dónde hemos venido, ni porqué. Que podemos y debemos ser felices. Que debemos tratar de entender. Que debemos saber partir, aunque nadie nos haya enseñado.

No tengas miedo.

Oigamos la música que se aleja. Brindemos en la oscuridad.

La luz de la llama va apagándose, despacio.




Eduardo Spalletta, Buenos Aires, en aquel lejano invierno del 2001.-