* Un cuento de Antonio Dal Masetto
Recuerdo cierta noche de verano de 1985 cuando en un bar
del Bajo, desde otra mesa, alguien me preguntó: “¿Leyó el Nunca Más?”. La voz
pertenecía a un anciano que tenía un cuaderno abierto delante de él. Había
estado escribiendo, usaba lentes de vidrio muy gruesos y parecía que tuviera
dificultades para descifrar sus propias anotaciones. Dijo: “Registran 8.960
desaparecidos, hombres, mujeres y chicos, casi 9.000, pero seguramente son
muchos más y es probable que jamás se sepa la cantidad real”. Yo asentí. El
anciano insistió. “¿Esa cifra le dice algo? ¿Sería capaz de imaginar 9.000
pares de zapatos?”. “No, creo que no podría”, dije. El anciano se concentró un
momento en su cuaderno y volvió a hablar. “¿Sería capaz de imaginar 9.000
cuerpos?”. Dudé nuevamente; contesté: “Tal vez pueda imaginarse una
concentración de 9.000 personas vivas, en una plaza, en la calle, en una cancha
de fútbol, pero no de otro modo”. Y el anciano: “Estuve haciendo algunos
cálculos. Intenté pensar en 9.000 cuerpos acostados en el suelo, uno a
continuación del otro, la cabeza de uno contra los pies del siguiente: ¿Tiene
idea de qué distancia podrían llegar a cubrir?”. “No podría decirlo”, contesté.
“Supongamos que colocamos el primer cuerpo justo en la entrada de la Casa de Gobierno a partir de
los dos granaderos, y desde ahí hacia el oeste, todos los demás; y siempre la
cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿sabe adónde llegaríamos?”. “No lo
sé”. “¿Quiere seguirme en el recorrido?”. Asentí. El anciano: “Avanzamos por la Plaza de Mayo, bordeamos el
monumento a Belgrano, la
Pirámide , los canteros florecidos, desfilamos ante la Catedral y su antorcha,
el Cabildo, alcanzamos la
Avenida de Mayo; y siempre la cabeza de uno contra los pies
del siguiente, ¿me sigue?”. “Lo sigo”. “¿Prefiere que tomemos por la vereda de
los números pares o impares?”. “Lo que usted diga”. “Dejamos atrás la Municipalidad ,
cruzamos Perú, algunas librerías, negocios, bares y alcanzamos la 9 de Julio,
¿estamos?”. “Estamos”. “En la primera plazoleta pasamos frente a las dos
figuras femeninas que simbolizan la
Virtud y la
Sabiduría : más allá, enfrente, la ridícula caricatura del
Quijote; recorremos las últimas cuadras de la Avenida de Mayo; después
viene El Pensador, la fuente, las palomas, el edificio del Congreso, El Molino;
seguimos por Rivadavia y siempre la cabeza de uno contra los pies del
siguiente, ¿me está acompañando?”. “Estoy”. “El café de los Angelitos, negocios,
negocios, negocios, el último tramo antes de llegar a Pueyrredón y su aspecto
de mercado persa; Plaza Miserere y sus árboles, la bajada de Rivadavia,
Medrano, la confitería Las Violetas, bancos, inmobiliarias, agencias de
automotores, bocas de subte, testimonios de una ciudad civilizada, avenida La Plata , Parque Rivadavia, el
monumento a Bolívar, avenida José María Moreno, pizzerías, negocios, negocios,
negocios y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?”.
“Lo sigo”. “Caballito, las rejas de la terminal del subterráneo, Rivadavia que
se convierte en doble mano, el cielo que se amplía arriba, los edificios de
departamentos más espaciados, Donato Alvarez, Boyacá; y solamente llevamos
recorridas unas sesenta cuadras; alcanzamos Plaza Flores, la vieja iglesia,
Nazca, mueblerías, casas de antigüedades, los barrios tranquilos que se
desgranan a ambos costados de la avenida, las vías del ferrocarril que se
entreven a cien metros y nosotros siempre con los cuerpos, ¿los está viendo?”.
“Los veo”. “Cruzamos Segurola y ya estamos a la altura ocho mil quinientos;
inmediatamente se suceden una serie de calles de nombres gratos: Virgilio,
Dante, Víctor Hugo, Manzoni, Leopardi, Molière, Byron, llegamos al once mil
seiscientos de Rivadavia, exactamente la última cuadra antes de la General Paz , se nos
acabó la Capital
y podríamos seguir del otro lado, por la Provincia ; y siempre la cabeza de uno contra los
pies del siguiente, ¿me estuvo siguiendo?”. “Lo estuve siguiendo”. “Este
trayecto y un larguísimo tramo más es lo que se podría cubrir con 9.000
cuerpos”. A esta altura el anciano calló. Se sostuvo la cabeza con ambas manos,
se dobló sobre la mesa y era como si realmente lo hubiese deshecho el esfuerzo
de esa caminata. Eso es lo que recuerdo de aquella noche.
* Antonio Dal Masetto
nació en Italia en 1938 de padres campesinos. Después de la Segunda Guerra
emigró a la Argentina.
Se radicó en Salto con su familia y aprendió el castellano
leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. El tema de la
inmigración está presente en sus libros, como en las novelas Oscuramente fuerte
es la vida y La tierra incomparable. A los 18 años llegó a Buenos Aires. Fue
albañil, pintor, heladero, vendedor ambulante de artículos del hogar (sic),
empleado público, periodista y, desde los 43 años, escritor. En 1964 publicó su
primer libro de cuentos, que mereció una mención en el Premio Casa de las Américas.
Recibió dos veces el Segundo Premio Municipal —por Fuego a discreción y Ni
perros ni gatos— y el Primer Premio Municipal por la novela Oscuramente fuerte
es la vida. Su libro Siempre es difícil volver a casa fue traducido al francés
y llevado al cine por Jorge Polaco. Su novela La tierra incomparable recibió el
Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994. Es un asiduo colaborador del periódico
Página/12 de Buenos Aires.